La fricción de las vidas de cada uno, la diversidad de múltiples actividades y la mezcla de intenciones y opiniones se manifiesta de forma más evidente en los espacios colectivos de la ciudad, aquellos lugares que compartimos con los vecinos, visitantes, extraños, conocidos, amigos y no deseados, sitios donde se experimenta la vida urbana en su forma más variada, sorprendente y apasionante.
La riqueza vital de una ciudad se desarrolla en sus espacios colectivos, donde la vida cotidiana se despliega, se representa y se recuerda. Uno de estos lugares más emblemáticos, sin duda, es la calle.
La calle es el receptáculo de casi todas las funciones ciudadanas: sirve para que los habitantes se trasladen a pie o con medios de transporte públicos o privados, para entrar en las viviendas y los lugares de trabajo, para sentarse a mirar, charlar o a comer y beber, para aparcar, para vender, para actuar y mendigar, para jugar y pelearse, para contemplar los escaparates y almacenar las basuras domésticas. La calle es la arteria principal de la red de espacios colectivos en la ciudad.
Los terrados, otro gran espacio colectivo
A una cota superior, elevado encima del ruido y de la conmoción de la calle se halla otro espacio colectivo, igualmente diverso, pero menos público, un paisaje extenso y enigmático, una ciudad secreta, los terrados.
Los terrados son una de las caras más ocultas y menos maquilladas de la ciudad. Este rostro, tan expuesto a la intemperie y tan poco visible desde la calle, es la “quinta fachada” de la ciudad, formado por la suma desordenada de pequeñas edificaciones, torrecillas románticas, construcciones utilitarias, jardines sorprendentes, aparatos mecánicos, levantamientos efímeros y exquisiteces arquitectónicas.
El carácter improvisado, caótico y sorprendente de la fachada más insospechada de la ciudad ha fascinado a generaciones de autores, creadores y diseñadores. Los terrados de las ciudades han sido descritos, filmados, fotografiados y retratados infinitamente y han sido, desde siempre, fuente de inspiración para arquitectos, cineastas, fotógrafas y artistas como Pablo Picasso, Edward Hopper, Antonio López, Rachel Whiteread.
Los terrados son un espacio colectivo que pertenece a la comunidad de vecinos que habitan los niveles inferiores. Accesible por la escalera de la finca y dominado por el espíritu de este colectivo, el terrado constituye un lugar exterior controlado, un “jardín urbano elevado”, que nos ofrece una vista despejada y privilegiada de nuestro entorno.
Apartado de la intensa actividad de la calle y por encima de la vida contenida en los pisos, el terrado constituye un lugar idóneo para desenvolver todo tipo de actividades. Tareas cotidianas como tender y plegar la ropa, regar las plantas, charlar con el vecino, tomar el sol o leer un libro adquieren un aire relajado, amable y regenerativo en este espacio alejado de la actividad agitada de la cota inferior.
Subir desde abajo, desde el nivel de la calle o desde las viviendas a los terrados, es un pequeño viaje a un lugar desconocido aunque salpicado con siluetas familiares expuestas a ángulos poco usuales. El cielo nos ofrece un sentido de desconexión de la vida cotidiana.
Estando “allí arriba” nos distanciamos de la percepción convencional de nuestro mundo rutinario.
La ciudad desde la azotea
El conjunto de los terrados, con sus palomares, chimeneas, antenas, depósitos de agua conectados entre sí con escaleras para salvar las diferencias de nivel, vacíos producidos por las calles y los patios interiores, crean un paisaje insólito.
Desde la azotea se revela una ciudad caótica, romántica, densa y variada. Sin tráfico rodado, sin comercio, sin orden prescrito y exigencias de coherencia se desarrolla una ciudad sorprendente, extravagante y maravillosa. Los elementos que componen el paisaje de los terrados adquieren en su conjunto una escala más afín a la de un poblado que al tamaño de las estructuras urbanas en la cota inferior.
Los trasteros y los depósitos de agua trazan un horizonte irregular de pequeñas construcciones, verticalmente interrumpido por algún que otro palomar o campanario.
Los patios de luces con cubiertas de cristal establecen un cierto orden geométrico en el paisaje de chimeneas, torres de telefonía móvil y otras construcciones prodigiosas.
La multitud de antenas, a pesar de su desorden, actúan como elemento unificador en el conjunto de cubiertas. Desde aquí se pueden observar las siluetas de los edificios altos, las esculturas en los vértices de las iglesias y los monumentos que sobresalen de la rasante construida.
En este paisaje tan único, la huella de los usuarios habituales es poco notable, generalmente el poco uso y la dejadez caracterizan nuestra relación con las terrazas, que ya ni para tender sirven con la proliferación de las máquinas secadoras. Macetas con plantas olvidadas, alguna que otra silla desvencijada, antenas y más antenas son los elementos que decoran ese mundo de las alturas. Visitas esporádicas para reparar una antena de televisión o una gotera nos hacen redescubrir como por primera vez esa magia olvidada de nuestros terrados.
Quizás la ya desaparecida figura de la portera que generalmente ocupaba el terrado con su vivienda y que de alguna manera conectaba verticalmente el terrado con la calle, pasando por los diferentes pisos, ha hecho que éste deje de ser un elemento de uso.
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