La reciente publicación del Banco de España ha reavivado el debate sobre la contribución de la inmigración al Producto Interior Bruto (PIB) de España. Según el informe, la población extranjera ha aportado un 0,7% al crecimiento del PIB per cápita español entre 2022 y 2024, lo que representa una parte significativa del avance total del 2,9%. Este dato no solo pone de manifiesto la importancia de la inmigración en la economía española, sino que también invita a reflexionar sobre cómo se mide y se valora a la población migrante en el contexto macroeconómico.
La contribución de la inmigración al PIB no es un fenómeno nuevo, sino que se ha observado en fases expansivas anteriores. El estudio del Banco de España destaca que el aumento de la ocupación entre los inmigrantes, que ha crecido notablemente tras la pandemia, es uno de los factores clave detrás de esta aportación. La tasa de empleo de los extranjeros se sitúa actualmente en un 62,2%, acercándose al 64,8% de los trabajadores nativos. Este incremento en la ocupación se traduce en un aporte del 0,5% al PIB, mientras que la reducción de la temporalidad ha contribuido con un 0,1%. Sin embargo, la productividad por hora ha tenido un impacto negativo del -0,2%, lo que sugiere que, aunque la cantidad de trabajo ha aumentado, la eficiencia en términos de productividad no ha seguido el mismo ritmo.
El informe también menciona que la asimilación de las olas de inmigrantes que llegaron a España a principios del siglo XXI ha influido en estos resultados. A medida que los inmigrantes han ido aumentando su nivel educativo y se han desplazado hacia actividades que requieren mayor cualificación, su contribución al PIB ha crecido. Esto plantea una pregunta importante: ¿cómo se debe valorar a los inmigrantes en la economía? La tendencia a medir a las personas únicamente por su contribución económica puede llevar a una despersonalización de la migración, donde los individuos son vistos como meras cifras en un balance contable.
La discusión sobre la inmigración y su impacto en la economía también ha sido objeto de debate político. Algunos sectores de la extrema derecha han utilizado estos datos para argumentar en contra de la inmigración, sugiriendo que su presencia podría tener efectos negativos sobre las oportunidades de empleo y los salarios de los trabajadores nativos. Sin embargo, el informe del Banco de España contradice esta narrativa, indicando que no hay “efectos negativos significativos” sobre el empleo o los salarios de los trabajadores nativos debido a la inmigración. Esto es un punto crucial en la discusión, ya que desafía las percepciones erróneas que a menudo se propagan en el discurso público.
La inmigración ha sido históricamente tratada como una herramienta dentro de la cadena de valor económico, donde los trabajadores son medidos por su capacidad de contribuir al crecimiento. Sin embargo, esta visión puede ser problemática, ya que ignora las dimensiones humanas y sociales de la migración. La despersonalización de los inmigrantes, alimentada por discursos racistas y xenófobos, puede llevar a una falta de empatía y comprensión hacia sus realidades. En este sentido, es fundamental encontrar un equilibrio entre reconocer la contribución económica de los inmigrantes y valorar su humanidad y dignidad.
A medida que la economía española continúa evolucionando, es esencial que el debate sobre la inmigración se base en datos y evidencias, en lugar de en prejuicios y estereotipos. La capacidad de asimilar y integrar a los inmigrantes en la sociedad no solo depende de su contribución económica, sino también de su integración cultural y social. La izquierda española, en particular, enfrenta el desafío de abordar este tema de manera que no reduzca a las personas a meras cifras, sino que reconozca su valor intrínseco como seres humanos.
En resumen, el informe del Banco de España subraya la importancia de la inmigración en el crecimiento económico de España, pero también plantea preguntas sobre cómo se debe valorar a los migrantes en la sociedad. La discusión sobre la inmigración debe ir más allá de los números y las estadísticas, y centrarse en la dignidad y el valor de cada individuo. Solo así se podrá construir una sociedad más inclusiva y justa, donde la diversidad sea vista como una fortaleza y no como una amenaza.